Nueva gaceta provincial prusiana
[Neue Preußische Provinzial-Blätter]
Königsberg, 1847
Páginas 131-141
August Hagen
Hace justo cinco semanas que mi mano descansaba sobre la suya, que sus ojos benefactores me observaban, que sus palabras me conmovían y, reconfortantes, también me animaban. Ahora sus manos se han quedado gélidas, las mismas que cuando te estrechaban amistosamente transmitían la certeza de un afecto imperturbable. Motherby no tenía enemigos, y es que él mismo era incapaz de odiar, pero sus amigos sí que lo eran y toda maldad, toda duda que pudiera albergarse contra ellos, era rechazada por él con una indiferencia ajena a toda posible prueba y con íntima indignación, pues su buena opinión de ellos tenía muy sólidos fundamentos. Ahora se ha resquebrajado el ojo cuyos rayos se refractaban en ardiente júbilo en todo aquello que lo rodeaba para iluminar incluso lo más insignificante desde su aspecto más agradecido. Ese ojo suyo por el que Garrick le hubiera tenido envidia a la hora de interpretar los personajes shakespearianos según su particular idiosincrasia. Ahora sus palabras, que por lo demás fluían a raudales como en un vivo manantial de melodías, en el más selecto modo de expresión, en la pronunciación más pura, sin verse inhibida en lo más mínimo por faltarle la designación adecuada o por el obstáculo representado por algún punto de sospecha, han enmudecido. La expresión pública que se eleva sobre todo temor y sobre toda censura, porque reconoce lo que vale y arrumba lo que no puede mantenerse en pie, el supremo amor a la verdad, el cual, incluso en las chanzas más aparentemente desbocadas, se atiene a sus severos límites, la inocencia que se esparce por todos lados y que se mantiene ajena de una dirección preestablecida y la reserva calculada, todo ello era el fundamento de su talento sin par, de esa afabilidad que dejaba prendado cualquier oído de sus labios, por no hablar de la más aguda y siempre independiente concepción de las cosas, de ese don de la figuración por el que lo más lejano se acercaba a uno al iluminarlo él de manera más precisa, por no hablar, en definitiva, de su humor rebosante que se mostraba inagotable en imágenes, alusiones y sentencias y que aunaba en su persona a toda la comunidad de los hermanos de San Serapión con la única distinción de que en el caso de estos el punto de partida desde el que se empezaba era de entrada claro, pero en el de aquel no se requería de ninguna intención, pues la viveza de su talante generaba un haz de rayos de ingenio y, donde por casualidad saltaba la chipa, se producía un renovado fuego de placeres.
William Motherby nació en Königsberg el 9 de diciembre de 1776. Su padre era de nacionalidad inglesa, su madre, Charlotte Toussaint, francesa de nacionalidad. Él era completamente inglés, y no por ello menos alemán, pues, como Tieck, solíamos decir que “Shakspeare [sic] y sus contemporáneos también era alemanes, pero ni entonces y nunca el alemán será francés ni nada parecido”, pero por las venas de su nobleza latía una vitalidad francesa. En él lo contestatario, cuando purificaba los más distintos elementos, se mostraba de muchas maneras. Su opinión libre, que no parecía ocultar nada ante el resto del mundo, se escondía en ocasiones en misteriosos velos de anonimato, su claridad tranquila se convertía entonces en un claroscuro lleno de significación. El genio malicioso que se apoderaba de sus destinos, no era esa caricatura del diablo de Hoffmann que deforma las figuras idealizadas y se burla de ellas, ni era la desgarramiento de Heine que en su furia destructora arranca los colores de las cosas para mostrar el tosco entramado del tejido que sustenta el embrujo de los objetos artísticos, sino una abundancia poética que rebasa la monotonía de la vida cotidiana llevada por una total admiración por esta. Ese aspecto inquietante le viene ya de la historia de sus antepasados. Uno de ellos habría sido aquel que, con la cara cubierta, apareció como protagonista en escena junto a Carlos I y dictó sentencia en última instancia como juez.
Su padre llegó de joven, cuando tenía dieciocho años, a Königsberg desde Inglaterra llamado por Green, el comerciante amigo de Kant. Green, al que cada vez le gustaba más la vida de ermitaño y que lamentaba en edad avanzada haber tenido que interrumpir durante tantas horas y días la lectura de algunos libros en inglés sobre invenciones y descubrimientos debido a su actividad como representante en suculentos negocios, escribió a su ciudad natal, Hull, una carta pidiendo a un compañero de negocios que le recomendara a algún joven con sentido del deber como ayudante. Este habría de trabajar con él en condiciones muy favorables durante un año, a cuya conclusión se decidiría sobre la continuidad, si las dos partes estaban satisfechas. Robert Motherby llegó sin entender ni una palabra de alemán y estuvo en consecuencia completamente solo a expensas de su principal, al que, sin embargo, comprendía muy bien. Motherby, animado por un celo extremo, aprendió aun así alemán para conseguir todo posible beneficio en la Bolsa para su señor. Recorrió las calles interesado solo en actividades comerciales y pasaron años sin que se concediera disfrute alguno. Estos consistieron a la postre en paseos más allá del pórtico de a ciudad, donde se deleitaba con la vista de extensas praderas. Estas albergaban notas típicas de su país y los ojos de muchos extranjeros, como bien sé, se posaban con placer en ellas, y hasta los nativos hablaban de ellas con fruición. Así, por ejemplo, von Hippel compara los prados que hay tras el árbol holandés con una mesa de billar. Este apego a la naturaleza el padre se lo transmitió a su hijo, el cual, tras dejar su actividad como médico, se alejó del tumulto urbano y se fue al campo, separándose de sus amigos y de los muchos que lo buscaban, sin llegar a sentirse en absoluto solo. Motherby padre reportó al negocio de Green por medio de su laboriosidad y su diligencia ingresos mayores de los que hasta entonces había tenido. El sirviente se convirtió en el amigo de su señor y, al final, en su heredero, el cual daría continuidad al negocio con gran éxito. Inculcaba en sus hijos una educación completamente liberal, que, sin embargo, nada sabía de consideraciones melindrosas, cuando de lo que se trataba era de subordinar el disfrute al deber. La obediencia que estos le tributaban estaba unida con la más afectuosa veneración, pues veían como aquel, sin amilanarse ante los sacrificios, siempre tenía presente lo mejor para ellos. William, el tercero de cinco hijos varones, se había granjeado el especial favor del padre a través de su esfuerzo y su obediencia. Como recompensa se le permitió hacer un viaje a pie de algunos días a Pillau con su amigo Leo. Los viajeros fueron conducidos hasta unos capitanes de barco que, movidos por una antigua camaradería, hicieron todo lo que estuvo en su mano para proporcionar a sus invitados unos días afables. Estos les convencieron de viajar a Danzig. Leo tenía sus reticencias a la hora prolongar el ya amplio tiempo de viaje, pero Motherby decía que la oportunidad era inmejorable y que apenas necesitarían preguntar si se lo permitirían. No obstante, escribieron a casa. Leo obtuvo el consentimiento, Motherby, sin embargo, recibió la taxativa orden de volver a casa inmediatamente. Sin rechistar, lio el petate de nuevo. El padre lo recibió algo fríamente pero, como no percibió en su semblante ni un rastro de pesadumbre, enseguida le prodigó de nuevo la amabilidad de antaño y lo envió al poco tiempo a Lituania para que disfrutara. Así es como ya tempranamente puso a prueba la firmeza del hijo y le instó a ejercer el autocontrol y es a ambos a los que tiene que agradecer no haber sido nunca asaltado por lo que la gente llama caprichos y, por el contrario, poder permanecer animado hasta cuando se le afligía el alma, animado pese a los más terribles sufrimientos que le llevaron al borde de la sepultura. ―El padre les facilitó a sus hijos, nueve en número, la oportunidad de adquirir conocimientos de todo tipo y todos hablaron desde muy temprano alemán, francés e inglés con soltura. Cada uno de sus hijos estaba obligado a pasar un tiempo en Inglaterra. Uno de ellos se interesó por las hospederías que había visto en sus viajes y su padre, al que le gustaba proveer a cada inclinación de un objetivo concreto, mandó construir según sus indicaciones la posada Charlottenberg (en realidad, Charlottenhill) en Juditten. Aquí debía su esposa, afectada por los muchos puerperios, pasar el verano en la divina y libre naturaleza, a sus propias expensas, pues había heredado un pequeño capital que él consideraba muy justo que empleara en su propio beneficio. Vio que esos 6000 táleros heredados solo cubrían una pequeña parte de los gastos de la edificación, y vendió incluso la finca al mejor de los postores que primero encontró por un precio todavía menor, cuando, después de medio año de estancia allí, su esposa, tan enteramente encomendada a él, falleció. También lo repentino de sus resoluciones, esa electrizante capacidad de reacción que traía a la vida inmediatamente un pensamiento insinuado, por muchos que fueran los inconvenientes y las pérdidas que llevara aparejado, lo había recibido de la forma de ser de su padre. Era como si creyera en algún tipo de inspiración, como si considerara un pecado contra el Espíritu Santo no embarcarse en lo que de repente se le antojaban como algo bueno. Un hombre pausadamente reflexivo encontraría en ello buenas razones para llamarlo impulsivo y excéntrico.
El Philanthropinum estaba en Dessau en pleno auge. Allí un príncipe había alentado un espíritu nuevo para el saber y el arte del que el republicano Winckelmann habla con halagos entusiastas. Este príncipe es Friedrich Franz de Anhalt. Una espiritualización de la ciencia por medio del arte parecía anunciarse aquí. August Rode, quien había traducido diversos clásicos del mundo de la literatura en un leguaje certero, siendo hermano de dos artistas, tradujo a Vitruvio. El constructor Erdmannsdorf, que había estudiado en Italia, le facilitó al traductor la correcta intelección. Kolbe modelaba el alemán y proporcionó al mismo tiempo grabados paisajísticos. Pintores de decisiva influencia para la formación del nuevo arte, así como también los hermanos Olivier, que contribuyeron a fundar la pintura romántica, el famoso Krüger en Berlín, todos ellos son de Dessau y sentaron las bases en su patria chica de una formación científica. Robert Motherby, que consideraba a su hijo William muy dotado para ello, lo mandó al Philanthropinum de Dessau. Aquí este se convirtió en discípulo de Basedow y, toda vez que la originalidad en poesía y el comedimiento en el juicio no le eran innatos, estos le fueron allí inculcado. Por mucha que fuera la frecuencia con la que estaba muy por encima en saber de los amigos con los que compartía mesa y con la que era constantemente superior en expresar hábilmente sus afirmaciones, es seguro que nunca ofendió a nadie, y quien no aprendiera nada de sus explicaciones, no resultó incomodado al menos por sus rectificaciones.
Motherby era todavía muy joven, cuando estudió en Königsberg y se decantó por los estudios de medicina. Siendo entonces de pequeña complexión, su pundonor suscitaba gran sorpresa. En carreras vertiginosas para llegar a tiempo al auditorio de la universidad corría por los puentes sin notar el peso del yugo que se había echado encima. No podía ya echarse atrás y, como él decía, solo un salto mortal bien ejecutado podía salvarlo. Ni que decir tiene que los puentes no estaban construidos de la misma manera que hoy. Con todo, no se distanciaba tampoco de espíritu rebelde de la studiosa juventas. Un impuesto establecido a los perros según el cual sus dueños estaban obligados a adquirir una placa para su collar (la llamada “licencia”) en la que ponía E.F.[2], lo cual significaba “está fichado”[3], desató grandes protestas. Él, en nombre de muchos estudiantes, redactó, con la sola intención de gastar una broma, una declaración dirigida al magistrado en la que se pronunciaba sobre la forma de enunciar la ley, “el perro está fichado”, haciendo una clara alusión a que el consejero de guerra F. trabajaba en la magistratura. Kant, que desde los tiempos de su amistad con Green conservaban buena opinión de él, fue uno de sus profesores, así como también lo fue el consejero de sanidad Hagen, por el que sintió hasta el fallecimiento de este un cariño muy afectuoso. Cuando se le hizo llegar a este por parte de sus estudiantes el primer poema de homenaje, él fue quien lo recitó. Igual de mayores deben de haber sido sus amigos, muertos hace ya mucho, el librero y cajero de banco, Nicolovius, el doctor Jachmann, dueño de la fábrica de papel Trutenauschen. Se doctoró en medicina en Edimburgo en 1797. Introdujo en Königsberg la vacuna de la viruela bovina, trayendo la linfa de Edimburgo. En reconocimiento a ese logro se convirtió en director de una institución que velaba por proveer a todos los médicos de la provincia de linfa. Se encontró la institución psiquiátrica en un estado tal que solo podía propagar el salvajismo y la deshumanización. El barbarismo y la desidia se daban allí la mano. No se separaba a los enfermos por sexo y podría darse el caso de que dos enajenaos trajeran al mundo un niño. Motherby se esforzó en dan a la institución una reglamentación efectiva, la cual llegó después al consejero sanitario Unger.
Motherby se integró pronto en el grupo de los médicos más apreciados de Königsberg. Aunque no a todos gustaba su vehemente carácter, pues no permitía que sus pacientes acabaran sus días entre lamentos e, interrumpiéndolos, les indicaba una solución mejor, todos los que buscaban consuelo y auxilio acababan con él del todo satisfechos y conservaron la confianza en su destreza hasta el final de sus días. Su presencia no solo era una gloria siempre para los enfermos, sino para todo el edificio, y su devota participación en todos los eventos de este, el buen humor que siempre lo acompañaba, la seguridad y la presencia de su inteligencia con la que afrontaba lo que se sabía pernicioso, le garantizaron el recuerdo agradecido de muchos. Scheffner, el amigo paternal, aunque tenía mucho aprecio por todos, hizo una rara excepción al prestar atención, cuando era ya un anciano provecto, en su caso a un médico más joven. Motherby hizo cosas muy significativas como oftalmólogo. Kant tenía en mucho sus solventes conocimientos y, sobre ello, dio grato testimonio en una carta a Sömmerling. Al agradecerle al autor el envío de la obra Tabula embryonum humanorum de 1799 escribió las siguientes líneas: “Se la he regalado a mi querido amigo, de fundado conocimiento y egresado en Inglaterra como doctor en medicina, el doctor Motherby, de cuya opinión sobre sus ideas puedo servirme aquí en lo que a mí incumbe.” Motherby se dedicó a las ciencias naturales, pero casi siempre en la medida en la que estaba implicada en la práctica médica. Su afán de salvaguardar a la humanidad del sufrimiento le hizo pensar en extender fieles réplicas de las plantas narcóticas que crecen aquí y en escribir una historia de la rabia canina, en la que quería ofrece la manera de prevenir que los demás animales contrajeran la enfermedad. En aquellas fechas Bessel había sido mordido por un perro de caza que era probable que estuviera enfermo.
Por desgracia no pudo sacar tiempo para llevar a cabo todo esto, para lo que, sin embargo, realizó con celoso empeño trabajos preliminares.
Motherby fue de los últimos, durante los infelices años de la guerra, en abandonar las esperanzas en el destino de Prusia, y confió durante mucho tiempo todavía en que las huestes del ejército prusiano en los campos de batalla de la prusiana Eylau lucharían, según su propia expresión, como leones y ofrecerían desesperada resistencia. Pero fue de los primeros que en aquellos tiempos se elevó por medio de su vigor intelectual sobre las presiones externas. Cuando se organizaron los institutos universitarios, el jardín botánico y el observatorio astronómico, etcétera, y los espíritus, constreñidos por la omnipotencia de este dominio ajeno, se regocijaban en ideas, él dio cobijo y cultivó a los jóvenes retoños que germinaban entre el entumecido cuerpo de la erudita aristocracia y entre la conciencia de casta de los funcionarios. En Königsberg recibían un puesto o se quedaban por aquel entonces durante mucho tiempo los primeros hombres del estado prusiano. Motheby congeniaba amistosamente con Wilhelm v. Humboldt, v. Stein, v. Stägemann. Frecuentaba a Schön, a Bessel, al consejero de estado Nicolovius, a Hüllmann. Cuando apareció una nueva ordenación del gobierno municipal, Motherby fue quien en nombre de la ciudad expresó su agradecimiento por los servicios prestados al edil de la ciudad, Gervais, el cual había sido el último en ostentar un honor que ya con von Hippel había adquirido cierto prestigio. Deetz, el comerciante, salió elegido alcalde y Motherby y Nicolovius, el librero, se contaron entre los primeros diputados municipales. Con criterios demasiado estrictos ―este reproche era el que se oía― él y sus camaradas dispusieron los asuntos, sin que le parecieran importantes las apreturas que en lo sucesivo resultarían necesarias, lo cual le sus audaces pretensiones burguesas. El pestalozzismo introducido en las escuelas, además de a Nicolovius, el consejero de estado, y a Busolt, el consejero de gobierno, también le interesó a Motherby, quien leyó con arrobo a Lienhard y a Gertrud. Entre tantos intentos por elevar el nivel intelectual no faltaron tampoco errores y algunas tristes experiencias minaron su empeño debido a una ingratitud que él mismo se granjeaba. También en su casa tenía Motherby razones de sobra para lamentar experiencias más que amargas. Habiendo crecido entre circunstancias desacostumbradas no eligió por lo común la mejor opción y ni siquiera cuando formó su núcleo familiar. Su suerte la constituyeron una serie de martirios y padeció tanto más ese infierno, en la medida en la que su propia culpa no se restringía ni a su torcida elección, ni a la ligereza con la que confiaba en los amigos a los que metía en casa. Los documentos de divorcio, presentados por primera vez en el año 1824, seguro que abarcan un extenso periodo de tiempo. Repetidas desgracias se precipitaron sobre la familia Motherby. Su hermano, consejero de gobierno, cayó en el asalto a Leipzig, siendo oficial de ejército de Prusia oriental, su segundo hermano se quitó la vida y, tal vez, lo mismo hizo también un tercero. Una hermana, felizmente casada, falleció después de un parto y otra tuvo que lamentar la muerte de su excepcional marido, quedando viuda muy joven. Pero, con un inusual dominio de sí mismo, el cual, cuando no se puede cambiar ni mejorar nada, impone no mirar hacia atrás en triste actitud de pasividad, sino antes bien confiar en el futuro sin temor, solo hubo momentos en los que Motherby dejó traslucir su desesperanza. Con un gusto exquisito levantó el jardín de su casa que ahora es propiedad de la Logia de las Tres Coronas [zu drei Kronen] e hizo que los cisnes del Schlossteich se integraran en ese hábitat. De la manera más encantadora narraba circunstancias que hubieran hecho pensar que en la casa de los Motherby reinaba un envidiable e inocente contento. Así, como él mismo contaba, ordenaba como en el ejército a todos suyos, a los que vivían con él, que fueran a ver una representación teatral a su estancia. Una vez, contando dinero salió rodando una moneda de cinco peniques por el suelo y la encontró no caída, sino de pie sobre la estrechez de su canto. Tenía mucho y muy alto aprecio por un regalo que le habían hecho, el cual consistía en un termómetro con forma de reloj de bolsillo que él gustaba por eso de enseñar. Sin embargo, una vez, estando en una animada reunión, no pudo evitar meter el termómetro en la fuente de ponche para comprobar hasta qué punto estaba caliente. Este baño caliente no le sentó demasiado bien al reloj. Hubo que invertir muchos esfuerzos para reparar los daños, pero él no pudo, con todo, resistir la tentación de repetir el experimento, con lo que tuvo que pasar el trago de confesar su insensatez ante el que ya la primera vez había sido capaz de solventar el desperfecto. Todavía le restaban fuerzas para dedicarse a otras ocupaciones científicas con las que aminoraba su dolor y las cuitas que más o menos mantenía en secreto. En todo momento leyó afanosamente a Horacio y los escritos de Kant, el hombre para celebrar la memoria del cual instituyó la Sociedad de Kant que se reúne anualmente en su aniversario para comer a mediodía. Profundo conocedor de la grandeza de Shakspeare [sic] tradujo “Las alegres casadas de Windsor”[4] con una maestría que por desgracia no ha sido lo suficientemente reconocida. El francés que aparece en la comedia, el cual de manera exageradamente ejemplarizante se desenvuelve, no obstante, con dificultades en el idioma extranjero, está especialmente bien conseguido. El último acto, en el que se respira poesía, esté menos logrado, pues allí se ve que, pese a la intención del traductor, los versos resultan antinaturales. Motherby, que dominaba ya de por sí tres idiomas, pero que también tenía facilidad para aprender otros y que con frecuencia asistía a una clase de alto alemán que se daba en casa de consejero de gobierno Graff, se sintió incitado a los estudios de lingüística comparativa y sus investigaciones etimológicas gozaron del reconocimiento de los expertos, por mucho que a menudo se antojasen audaces.
Antes de que se produjera su divorcio, recibió probablemente un golpe duro. Un dinero, una parte de su capital, se lo había dado a uno de los antes mencionados amigos de juventud, aquel que era director de un banco. Cuando este desapareció, no por ello se perdió el dinero, pues lo había invertido en la puja por unas tierras en Arnsberg, pero no figuraba en los primeros lugares. Las tierras estaban entonces, en 1822, a precios extremadamente bajos y se propuso aportar la suma total de dinero. Alentado por un experimentado propietario de terrenos a que se hiciera con esas tierras, planeaba mantener la consulta médica hasta que fuera posible traspasársela a su hijo, como antes que él habían hecho el consejero de sanidad Hirsch y el consejero de la corte Cruse. Esto solo ocurrió 10 años más tarde. Desde este momento sus conocimientos médicos estuvieron centrados desgraciadamente solo en su inestable y maltrecho estado de salud. De todos sitios mandó traer instrumentos en los que introducía las pertinentes modificaciones para hacer más llevaderas las molestias de sus padecimientos, unas molestias de las que ya había perdido toda esperanza de librarse.
Motherby dejó Königsberg en 1832 y se puso a trabajar en sus tierras de Arnsberg, al principio en condiciones muy adversas, pero más tarde más prosperidad. En el campo Motherby también se dedicó a la caza y no desmereció en su pasión y denuedo frente a aquellos en cuya compañía recorrió las nobles campiñas. En la escena de caza con la que algunos amigos quisieron obsequiar al General von Natzmer, vemos bajo el retrato de Bessel también a Motherby y él es el que, de hecho, sostiene en la mano la presa, un zorro abatido, solo para mostrar animosamente a los avezados cazadores la trayectoria de entrada que podía haber tomado la bala, pues en el animal no se evidenciaba ninguna herida.
La asociación para la promoción agropecuaria en Prusia propuesta por el consejero regional von Bardeleben se llevó a cabo gracias a él y tuvo un floreciente desarrollo mientras fue su director. La comunicación de sus observaciones durante un viaje por Inglaterra fue para mucha de la gente del campo un estímulo para abandonar las antiguas sendas de modo que se invirtiera mejor el capital que producía el suelo para cubrir más ampliamente las necesidades. Reprendió el derroche de la gente del campo que desperdiciaba recursos y expuso muy gráficamente cómo se recogía fuera la sal de la tierra como si se tratara de un manjar. Dijo que era absurdo que los caballos, que ingerían las más exquisitas delicias ―no solo las mulas de tiro, sino también los animales más majestuosos―, si, como pasaba a menudo, se lastimaban una pata, se los arrojara al desolladero y no se emplearan como alimento. Para combatir este prejuicio, reunió un número de hipófagos y redactó un escrito que comenzaba con la ficticia derivación de dos palabras, a saber, diciendo que “virtud” era lo que va recto y “vicio” lo que se va vacío[5]. Hizo que la asociación cobrara respeto gracias a la amplia correspondencia por carta que mantuvo y no se dejó disuadir de emprender o proponer una tras otra todo tipo de iniciativas. Grandes sumas, miles de táleros, fueron aprestados para la compra de frutos y ganado: si no salía bien con el trigo Whittingtoner, se probaba con tanto mayor ahínco con el Probsteier; si el ganado de Ayreshire no era adecuado a las condiciones del campo, se probaba con tanto mayor énfasis con el ganado de Oldenburg. Los artículos agropecuarios de Motherby fueron leídos con provecho, por todos sitios se difundían sus agudas consideraciones, sin importar si se trataba de algo grande o pequeño relacionado con el trabajo del campo. Así, por ejemplo, descubrió que los huesos son un excepcional abono para una enredadera y se percató con alegría de cómo una raíz de este tipo de planta recorrió un enorme trecho para trepar a través de la cavidad de uno de esos huesos. Reclamó admiración para una parra que triunfante les enseño a sus amigos, haciendo notar que la había arrancado a un suelo muy árido. Nadie pudo ocupar con más honores la dirección de una asociación que reconocía el mérito quien quiera que fuera el que los tenía y que quería aprender de todos, que comparaba lo anterior con lo nuevo y los confrontaba. ―Finalmente también se sintió obligado a colocar una placa conmemorativa al canciller Kaspar von Nostiz en la iglesia de Kreuzburg al que, según una antigua información, consideraba el primer criador de carpas en Prusia y a quien hospedaba en su finca de Arnsberg. Junto a los tratados agropecuarios redactó por último todavía un escrito psicológico: “Sobre los temperamentos”.
Aparte de ser un médico culto y un hábil hombre de campo, Motherby ocupa también ya solo por su afable talento insuperable en la historia de la formación de Königsberg un puesto significativo. Si bien Kant era tenido por uno de sus acompañantes habituales, percibimos en su comportamiento y en el de sus amigos de mayor edad, en aquellas fórmulas de cortesía convencional, en aquel halagador sentirse en el compromiso una manera de ser que no permite que olvidemos el saquillo de la coleta. En aquel tiempo no había todavía damas que participasen en conversaciones elevadas, sino solo un sexo de segunda que, por muy locuaz que pudiera ser a la hora del café, tenía, cual si no fuera adulto, que guardar reservas tan pronto un hombre tomaba la palabra. Motherby rompió con esa ceremoniosidad, con un tipo de formación que gozaba en aquellos tiempos de un auge muy favorable, fue él quien acertó a realizar lo que Kant ya presentía como una preponderancia del tono distendido en el trato social. Si en los últimos tiempos se ha atendido más a la importancia que ha cobrado la vida social en nuestra ciudad natal, ha sido para no hacer demasiadas concesiones a la modestia, a menos que el encargado de hablar de ello tuviera en mente a Motherby cuya conversación daba testimonio tanto de una variada y fundada formación como de una feliz inclinación innata para ello; se hacía querer sin ser lisonjero, evitando en todo momento ser descarado era excitaba la conversación en grado sumo sin, por ello, incurrir en lo barroco o en lo burdo. Sus discursos jamás delataban vanidad, descalificaban ni se regodeaban en la retórica, por tomar una imagen y utilizarla a nuestro propósito, eran como un entorno fluido que tocaba el objeto de conversación en todos sus puntos y que definía la multiplicidad de la forma. Motherby era otro Buttmann y, como a él, no le faltó un Hirt que difundiera con una sonrisa el torrente de sus anécdotas graciosas, pero siempre bien intencionadas. Buttmann no pudo llegar a todos en Berlín como sí lo hizo Motherby en Königsberg. Desde mi temprana juventud Motherby estuvo en todas las reuniones de cierta importancia y, donde faltó, siempre hubo quejas de la excesiva duración y la frialdad del evento. Motherby era, por tanto, la norma y el ejemplo de todo trato afable, a los que Hüllmann y Bessel unían sus voces sin haber sido sus creadores. ―Dado que es muy habitual que lo digan los amigos que compartieron mesa con él, que lo disfrutaron y sazonaron su conversación, sea dicho en este punto que fue siempre totalmente moderado y que, solo por deferencia a sus amigos, bebía un vaso de vino.
En invierno Motherby solía dejar Arnsberg para estar en Königsberg. Quien en los últimos tiempos observara al vigoroso anciano de aspecto majestuosamente respetable con sus vivarachos ojos que no requerían gafas y con el pelo completamente encanecido, le habría concedido a ese hombre que tantas veces se enfrentó con la muerte unos cuantos años más, a él que parecía no haber cambiado de talante y que disfrutaba como un chiquillo jugando a las cartas con dos respetables señoras mayores por unas cuantas monedas de cobre y que, cuando ganaba, se hacía llamar el príncipe de los peniques. También sus cartas respiraban en los últimos tiempos alegría y contento, aun cuando decía que entonces ya solo valía para carne de cañón, y respondió de hecho a un descuido de alguien que le escribía y al que enseguida se le escapó escribir tras cerrar el sobre el “Ilustrísimo” y el “Ilustre Caballero” que él no estaba decorado.
Los cálculos renales que le causaron tantos disgustos doblegaron definitivamente sus fuerzas el 16 de enero a las 10 de la mañana. “Igual de ufano que había sido en vida, así de fuerte se mostró en la muerte”[6]. Murió en plena consciencia a los 70 años de edad. Según su última voluntad su cuerpo descansará en bosquecillo cercano a su casa en Arnsberg. El 27 de enero se lo transportará allí quizá con mucha más discreción de la esperada, porque seguro que un gran número de sinceros admiradores hubieran acompañado al menos hasta la puerta del cementerio al ausente si hubieran tenido noticia.
Con él enterramos una gran parte de nobleza y excelencia. Su recuerdo no está garantizado, en lo que a su valor respecta, por sus trabajos literarios a los que él mismo siempre tuvo en poco. Su mejor versión de él pronto se conocerá por el boca a boca, la altura de su saber, el peso de sus pensamientos. “Un tesoro así tenemos en vasija de barro” se dice en la Biblia. Aplíquese esa sentencia en otra forma a esta insuficiente presentación de su persona. Es una vasija de barro mundano aquella en la que yo he intentado meter este tesoro. ¡Ojalá una mano amiga le proporcione una de oro!
A. Hagen
Traducido del alemán al español por Miguel Oliva Rioboó (miguel.spanisch@gmail.com)
[1] En la asamblea anual de la sociedad alemana de Königsberg, el 18 de enero se nombró en un informe preliminar a los miembros que ingresaban por primera vez, así como a los que, a lo largo del año, nos había arrebatado la muerte. El último entre estos ha sido el honorable y de todos querido Dr. W. Motherby. El secretario actual ha aprovechado la ocasión para presentar un bosquejo de su vida que comenzaba con las siguientes palabras: “A mí que ni mucho menos me siento capaz de juzgar su saber y sus obras, su vida y su pensamiento, permítaseme contar lo que solo desde la distancia pude muchas veces percibir y contemplar, contar como buenamente puede hacerlo un corazón colmado de íntima tristeza y alentado por unos recuerdos que no son simples destellos aislados, sino que se funden en un juego de luces de distintos colores que coronan su cabeza como una auténtica aureola de gloria. Debido a la brevedad del tiempo no podemos exponer aquí el orden y la complejidad del asunto. El confluir de líneas aisladas no pueden hacer surgir un retrato, el cual, en su caso, es extremadamente difícil de bosquejar, pues no era un hombre que pudiera quedar plasmado en una imagen y, en sus inquietudes, no mostraba una, sino mil caras y dominaba con la preponderancia de su genialidad hasta tal punto la modelación de sus rasgos que esas caras aparecían siempre distintas, siendo como el agua que tiñe el reflejo del cielo de maneras diversas, que rocía el jugueteo de los vientos del oeste y el desencadenamiento de la tormenta e incita a las olas, pero sin llegar a renunciar nunca al espíritu divino que se cierne sobre ellas.” Instado por muchos oyentes a poner por escrito lo que había dicho, el presente autor ha modificado solo algunas erratas y defectos, y ha añadido lo que se había pasado por alto en un intento de conseguir, a través de una reelaboración no por ello menos necesaria, que el discurso pudiera recuperar aquella calidez que solo confiere el instante perentorio.
[2] [Nota del traductor] En el original: “I.F.”
[3] [Nota del traductor] En el original: “ist frei”, es decir, está libre o exento.
[4] Esta pieza apareció anónimamente “traducida fielmente y por primera vez” en Königsberg en 1826.
[5] [Nota del traductor] En el original aparece “virtud” [Tugend] como presuntamente derivada de <hacer el bien> [das Gute tun] y “vicio” [Laster] como emparentada etimológicamente con <omitir el bien> [das Gute lassen]. Ante la imposibilidad de reproducir estas ficticias etimologías en español debido a la diferente morfología de las palabras implicadas, opto por introducir nuevas palabras que mantengan, en la medida de lo posible, tanto la relación semántica como la analogía formal que pudiera haber inducido a relacionarlas ―erróneamente― desde el punto de vista etimológico.
[6] Así lo anunciaba en el periódico la esquela de su hijo, el doctor R. Motherby, también en nombre de su hija, Nancy Simon, desposada en Colonia.